06 Jul
06Jul

El Catecismo mayor de S. S. Papa Pío X nos enseña lo siguiente: 

El Padre Nuestro nos enseña todo lo que hemos de esperar de Dios y todo lo que hemos de pedirle. 

La ESPERANZA, su objeto: ¿Qué debemos esperar de Dios? ¿Qué debemos pedirle?Primero: el perdón de nuestros pecados;Segundo: la gracia para llegar a nuestro fin: la vida eterna.

Este es el objeto de la esperanza cristiana; la esperanza es la hija de la fe y está unida a la fe, como la flor a la planta que la produce.Los deseos y las esperanzas, si bien se mira, nacen después del conocimiento de una cosa; y como el deseo y la esperanza siguen la naturaleza del conocimiento, cuyo efectos son, deduce ese que la esperanza es virtud teologal y don sobrenatural, como la misma fe; pues si por la fe creemos que en Dios hay todo lo que Dios enseña, por la esperanza confiamos llegar a gozar de Dios por toda la eternidad. 

Ante todo debemos pedir y esperar de Dios el perdón de nuestros pecados; porque Él quiere que todos se salven; Por todos ha padecido y muerte en la Cruz, siendo infinitamente misericordioso, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. (Ezeq., XXXIII,II). La desesperación es el insulto mayor que podemos hacer a la bondad del Señor.

Debemos pedir y esperar las gracias alcanzar nuestro último fin, confiados en los méritos de la Pasión y Muerte de Jesucristo; En la palabra de Dios fidelísimo, y en sus promesas, y además, por esta razón  sencillísima. 

Sí, por una parte, Dios obliga a los hombres a alcanzar el paraíso con obras meritorias, y es cierto que al hombre es imposible trabajar con algún mérito para la vida eterna, sin el auxilio de la gracia, es evidente que Dios está obligado a darnos esta gracia. - Quién me obliga a hacer un viaje me debe proporcionar también los medios necesarios para hacerlo; supuesto lo primero, tengo derecho a lo segundo.- Así, supuesto que Dios nos haya destinado, por su misericordia y voluntad, a conseguir la vida eterna, que está en la posesión de Dios mismo, ciertamente nos dará la gracia necesaria para lograr ese altísimo y nobilísimo  fin, término último de nuestras esperanzas.

La esperanza excluye, pues, todo temor de parte de Dios. 

Ahora bien; si la esperanza de un pequeño lucro sostiene al marinero en medio del mar, en la furia de la borrasca; si la esperanza de una cosecha incierta da fuerzas al labrador bajo los rayos ardientes del sol; si un capitán llega a infundir tan gran valor a los soldados, cansados por marchas forzadas, mostrándoles la gloria que les aguarda, ¿Cuánto más podrá una esperanza fundada, no ya sobre miserables e inciertas ganancias, ni sobre la palabra del hombre, muchas veces traidor, sino sobre la palabra de Dios omnipotente, bueno, fidelísimo, que para merecer el paraíso padeció y murió en la Cruz? 

No olvidemos, sin embargo, dice San Agustín, qué quién te creó sin ti, no te salvará sin ti. Queriendo con estas palabras hacernos entender que las dos alas para llegar al cielo son: la gracia, merecida por Jesucristo, y las buenas obras que hacemos ayudados de la gracia.  

Sigue ese de aquí cuán plena ha de ser la confianza que tengamos en Dios y cuán profunda la desconfianza de nosotros mismos. Hagamos el bien con santo y saludable temor, alimentemos la virtud de la esperanza con los Sacramentos, con la oración, especialmente con la excelentísima oración del Padre Nuestro que aprendimos de los labios mismos de Nuestro Señor Jesucristo.

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