07 Jun
07Jun

La Iglesia católica, en l Catecismo mayo de S. S. Papa Pio X, nos instruye lo siguiente:

La iglesia se presenta el mundo segura de sí misma, rica con el Evangelio de Jesucristo,  y su voz, como la de los Apóstoles resuena de un confín a otro de la tierra: a todos llama alrededor de sí, a todos reparte el mismo alimento de verdad, a todos abraza como hijos contra su pecho; y si tiene alguna preferencia, es por los desvalidos, a imitación de su Fundador que dijo: "He venido a evangelizar a los pobres" (Sn. Lucas V, 18)

Y ¿cuánto durará esta enseñanza de la iglesia? por todos los siglos hasta el fin del mundo.

Ella ha abierto sus templos y  todos pueden entrar allí,  sin necesidad de pedir permiso a nadie; al púlpito sube un sacerdote cada domingo, cada fiesta y aún con más frecuencia; a todos distribuye el pan de las celestial doctrina, a todos enseña quién es Dios, quién es el hombre, cuáles son sus deberes, cuál la manera de santificarse. 

Y si los hombres no se acercan a la Iglesia, la Iglesia si no se ve impedida o rechazada, va a ellos. Entra en los talleres, penetra en las familias, se abre el camino de las escuelas, se sienta junto al hecho de los enfermos, pone su morada en los hospitales, en las miserables buhardillas, en las moradas todas de dolor.

Ella levanta a diestra numerosos ejércitos de apóstoles, de religiosas, y los envía a los cuatro ángulos de la tierra; para ella no hay confines del mundo, ni ríos, ni montes, ni mares, ni desiertos. Y cuando uno de esos apóstoles, una de esas heroínas, cae en el campo, otro suceden, y la escuela continúa con el mismo ardiente amor, constante, generoso, sencillo en el método y en el lenguaje.

La iglesia, al enseñar, se hace pequeña con los pequeños, docta con los doctos, se hace toda a todos para ganarlos a todos para Jesucristo. 

Los más grandes teólogos de la iglesia con gusto se allanaban a los niños para instruirles en el Catecismo. San Agustín explicaba los más altos misterios de la fe a los pescadores de Hipona; San Cirilo de Jerusalén y San Gregorio Niseno nos dejaron aquellos espléndidos compendios de la fe, que a través de los siglos han llegado hasta nosotros.

Otra cualidad más brilla, por último, en la enseñanza de la iglesia: esta distribuye gratuitamente su doctrina.

Reunámonos, pues, a los pies de la Iglesia, escuchémosla con profunda veneración y repitamos con San Agustín "No creería yo ni siquiera en el Evangelio, si no me fuese mostrada por la Iglesia". (Epis. contra Manich., cap. V, n, 6)

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