02 Jul
02Jul

Toda la santidad y perfección de un alma, consiste en amar a Jesucristo  nuestro Dios, nuestro sumo Bien y nuestro Salvador. El que me ama, dice el mismo Jesús, será amado de mi Padre. 

Unos, dice San Francisco de Sales,  hacen consistir la perfección en la austeridad de la vida, otros en la oración; estos, en la frecuencia de los sacramentos, aquellos, en las limosnas; más todos se engañan: la perfección consiste en amar a Dios de todo corazón. Escribe el Apóstol: Sobre todo tened caridad, la cual es el vínculo de la perfección.

La caridad es la que une y conserva todas las virtudes que hacen al hombre perfecto. Por esto dice san Agustín: Ama a Dios y haz lo que quieras; porque a un alma que ama a Dios, el mismo amor le enseña a no hacer cosa que le desagrade y hacer todo lo que sea de su divino beneplácito.

¿Acaso no merece Dios todo nuestro amor? Él nos ha amado desde la eternidad. Con amor eterno te he amado. Hombre, dice el Señor, mira que yo he sido el primero en amarte.  Tú no existías en el mundo, ni aún el mundo existía, y ya te amaba Yo.

Te amo desde que soy Dios; Te amo desde que me amo a mí mismo.  Tenía razón, aquella santa virgencita Inés, cuando al proponérsele esposos de la tierra que solicitaban su amor, les respondía: Apartaos amantes de este mundo, en vano  pretendéis mi amor; mi Dios ha sido el primero en amarme, me ha amado desde la eternidad; justo es, por tanto, que yo le consagre todos mis afectos y  no ame otra cosa fuera de Él.

Viendo Dios que los hombres se dejan atraer por los beneficios, quiso encadenarla es a su amor por medio de sus dones. Y así dijo: Los atraeré a mí con vínculos propios del hombres, con los vínculos de la caridad. Quiero atraer los hombres a mi amor con que con aquellos lazos con que ellos se dejan atraer, esto es, con vínculos del amor.

Tal es precisamente el fin de todos los beneficios con que Dios ha colmado al hombre.  Además de un cuerpo provisto de sentidos, le ha dado un alma formada a su semejanza, dotada de tres nobles facultades: memoria, entendimiento y voluntad. Para el hombre a creado el cielo, la tierra y todo lo que contienen: el firmamento con sus estrellas y planetas; el mar con los ríos y fuentes; las montañas y las llanuras; los metales, los árboles con sus frutos, y todos los animales de mil  especies diferentes. Y todo esto ha creado Dios para servicio del hombre, a fin de que léame en agradecimiento de tantos dones.

Señor mío, exclamaba san Agustín, cuánto veo en la tierra y sobre la tierra, todo me habla y exhorta a amaros, porque todas las cosas me dicen, que las habéis creado por mi amor. El abad de Rancé, fundador de la Trapa, cuando desde su retiro se detenía a mirar las colinas, las fuentes, los pájaros, las flores, los planetas, los cielos, sentía que cada uno de estos objetos le movía a amar a Dios, que por su amor los había creado. 

Igualmente Santa María Magdalena de Pazzis, cuando tenía en las manos alguna flor hermosa, sentíase enardecer en el amor a Dios, y decía: ¡Con que mi Señor ha pensado desde la eternidad en crear esta flor para mi amor! y así aquella flor transformase en saeta de amor que la hería dulcemente y la unía más a Dios.

Del mismo modo santa Teresa, viendo árboles, fuentes, arroyos, playas o prados, decía que todas estas hermosas criaturas le recordaban su ingratitud pues, amaba tampoco al Creador, que le había dado el ser porque ella le amase. No está de más recordar aquí lo que se refiere de un devoto solitario: caminando por el campo le parecía que la yerbecitas y las flores que encontraba, le reprendían su ingratitud para con Dios: por lo que las golpeaba con su bastoncito y les decía: Callad, callad: vosotras me llaméis ingrato y me decís que Dios os ha criado por mi amor, y que yo no le amo; más, ya os entiendo, callad, callad, no continúe respondiéndome.

Dios no se contentó con darnos todas las hermosas criaturas. Para granjearse todo nuestro amor, se nos ha dado totalmente a sí mismo. El padre eterno ha llegado hasta darnos a su mismo y único Hijo: De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito.  Viendo el Eterno Padre que todos estábamos muertos y privados de su gracia a causa del pecado, ¿qué hizo? por el amor inmenso, y aún más (como escribe el Apóstol) por el excesivo amor que nos tenía, mandó a su Hijo amado a satisfacer por nosotros, y a darnos así la vida que el pecado nos había quitado. Pero Dios que es rico en misericordia, movido del excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados nos dio vida justamente con Cristo.

Y dándonos al Hijo (no perdonando al Hijo por perdonarnos) junto con él Hijo nos ha dado todo bien, su gracia, su amor y el paraíso, puesto que todos estos bienes son ciertamente menores que su Hijo.  El que aún a su propio Hijo no perdonó, antes lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará con él todas las cosas?

Y así el Hijo, por el amor que nos tiene, se nos ha dado sin reserva: Me amó y se entregó a sí mismo por mí.  Para redimirnos de la muerte eterna y hacernos recuperar la gracia divina y el paraíso perdido, se hizo hombre tomando carne como nosotros, Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y ved aquí a un Dios anonadado: Se anonadó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los demás hombres y reducido a la condición de hombre.  El Señor del mundo se humilla hasta tomar la forma de siervo, y se somete a todas las miserias inherentes a la condición humana .


Práctica del amor a Jesucristo

S. Alfonso M. Ligorio. (1892) 

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