30 Aug
30Aug

PRESBÍTERO DR. JOAQUÍN SÁENZ Y ARRIAGA 

En el Derecho Eclesiástico se entiende por “SEDE” la misma dignidad de los Obispos y Arzobispos, incluyendo también la del Sumo Pontífice, que es la suprema autoridad visible en la iglesia, por ser el Obispo de Roma, el sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo, su lugar temente, y, por lo mismo, por ser el poseedor de todas las prerrogativas y poderes, que el mismo Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Divino Fundador de la Iglesia, quiso darle a Simón, hijo de Juan [Bar-Yoná), a quien también le dió el nombre simbólico de PEDRO, roca sobre la cual El quiso edificar su Santa Iglesia. 

Con más propiedad se conoce con el nombre de “SEDE”, el territorio, en el cual los Obispos y Arzobispos ejercen su jurisdicción y la “SILLA”, que ocupan, como símbolo de la suprema jurisdicción, que en el gobierno de su diócesis tienen. 

También, como ya dije, el Obipo de Roma tiene su “SEDE”: pero, por ser el sucesor de Pedro, a quien Jesucristo confió el gobierno de la Iglesia Universal, esta “SEDE” de Roma se llama “SANTA SEDE” o “SEDE APOSTOLICA”.  

Sin embargo, en el lenguaje canónico, por este título se designa no sólo al Romano Pontífice, sino también a las Congregaciones, Tribunales y Oficios, por los que suele despachar el Papa los asuntós de la Igiesia Universal. Dice el Canon 7 del actual Derecho Canónico: “Si por la naturaleza del asunto o por el contexto no aparece otra cosa, en este Código se entiende, bajo el nombre de “SEDE APOSTOLICA” o “SANTA SEDE” no sólo al Romano Pontífice, sino también las Congregaciones, los Tribunales, los Oficios, por medio de los cuales el mismo Romano Pontífice suele despachar los asuntos de la Iglesia Universal". 

Tiene, pues, dos sentidos el titulo de “SEDE APOSTOLICA” o “SANTA SEDE”: uno amplio, que abarca las Congregaciones, los Tribunales, los Oficios, las otras Comisiones, Institutos o Secretariados, llamados Pontificios. Y otro restringido, que significa exclusivamente la persona misma del Romano Pontífice.  


Por “SEDE VACANTE”, en el lenguaje canónico, se entiende la carencia, por muerte, renuncia, traslado o desaparición, bien sea de los Obisgos, en las Iglesias locales, bien sea del Sumo pontífice en la Iglesia Universal. Y por “SEDE IMPEDIDA” se entiende la “SILLA EPISCOPAL”, que sin estar “VACANTE”, existe sin embargo, un hecho, que impide al Obispo o al Papa el gobierno personal, responsable y legitimo de su Iglesia, bien sea por enfermedad, bien sea por otra causa, que paraliza, por decirlo así, el genuino ejercicio de los poderes recibidos de Cristo, para el bien de las almas a ellos confiadas. Como sucedió en el caso del Cardenal Mindzenty, durante su terrible y prolongado suplicio. 

Dada esta breve explicación del significado canónico de “SEDE”, “SANTA SEDE” o “SEDE APOSTOLICA”, veamos ahora si es posible afirmar “sín ingenua malicia”, como diría el poderoso canciller de la Mitra Metropolitana de México; sin incurrir en la herejía o decir una expresión “ofensiva a los piadosos nidos”, que la Santa Sede (tomando el término en su sentido estricto) puede estar “vacante”, durante un período de tiempo más o menos largo, por no haber un Papa o porque el Papa reinante no es un Papa legítimo o es un Papa impedido. 

Desde luego, al morir un Papa, antes de que su sucesor sea elegido, la “Santa Sede” (en el sentido estricto), el puesto del papado, está “vacante”. Y, no obstante, no podemos decir que no existe ya la “SILLA DE PEDRO”; que la “SANTA SEDE” ha muerto. 

La “SEDE VACANTE” puede durar y, de hecho, ha durado vacante, según consta en la Historia de la Iglesia, por largo tiempo, sin que esa vacancia del pontificado signifique, en manera alguna, la desaparición de la misma Iglesia. Si afirmásemos lo contrario, tendríamos que decir que el nombramiento del sucesor del Papa muerto debería hacerse simultáneamente con la muerte de su predecesor, ya que, de lo contrario, la Iglesia misma, al no tener Papa, quedaría sin fundamento, y el edificio de la Iglesia vendría por tierra. 

Muere el Pontífice reinante, pero no muere el Papado, la institución misma de Cristo. Por eso, así como puede morir un Papa y durar por largo tiempo la legítima elección de su sucesor; así es posible que el Papa, aparentemente legítimamente electo, pueda ser un antipapa, un impostor, un infiltrado; y, sin embargo, aun en estas circunstancias aflictivas, el Papado y la Iglesia, como obra divina, permanecen incolumes. Recordemos, por ejemplo, el caso del Papa Luna, tenido y acatado como verdadera Papa por muchos católicos y aún por santos que están ahora cananizados por la Iglesia; y, sin embargo, no era Papa.

Podríamos argumentar, con un ejemplo comprensible a todos, para impedir que Luis Reynoso Cervantes – que dicen que es auténtico descendiente de Abraham, secundum cargem, y por eso me odia cristianamente – vaya a encontrar mi afirmación no tan sólo atrevida, sino herética. Supongamos, dentro de las cosas humanas y posibles que, muerto el Papa, – muerto Juan B. Montini – surge en la Iglesia un hondo cisma, por las ambiciones personales de los que se creen con derecho a la elección (como los Danielou, los Suenens, los Villot), o por compromisos adquiridos con grupos poderosos, que, a control remoto, presionan sobre los que han de elegir al sucesor de Pedro, o por cualquier otro motivo que impida o retarde la debida elección, (estas suposiciones no son quiméricas, absurdas o irrealizables; son reales, son históricas, como podremos comprobarlo luego), ¿podriamos, por eso, decir que la institución de Cristo ha fracasado; que la Iglesia, fundada por El, ha dejado de existir? 

La obra de Cristo no falla, ni puede fallar, aunque los hombres, consciente o inconscientemente, se confabulen para destruirla, aunque los lobos, revestidos con pieles de oveja se introduzcan fraudulentamente en el aprisco, aunque todo el poder humano parezca unirse para aplastar la resistencia de los que nos empeñamos en defender la fe tradicional y apostólica. 

Una cosa es la Iglesia y otra cosa muy distinta los hombres que forman parte de la Iglesia. Esposa de Cristo, obra e institución del Hijo de Dios, la Iglesia es santa, es incorruptible; según nos lo aseguran las promesas del Divino Fundador: las puertas del infierno no prevalecerán en contra de Ella; mientras que los hombres – cualquiera que sea su jerarquía – son, por su naturaleza (a no ser que estén confirmados en gracia) frágiles, falibles, expuestos a caer en las mayores miserias, como nos lo enseña la Historia misma de la Iglesia.

Es un gran error, es contrario a la doctrina católica pensar que cualquier jerarca, por el hecho de ocupar el puesto que ocupa, por el hecho de ser obispo, o ser Papa, es ya un “santo”, es impecable, es siempre y en todo infalible. De suyo, como enseña la teología católica, así como los religiosos, que voluntariamente abrazaron los consejos evangélicos, están obligados no a ser “perfectos”, sino a tender a la perfección, asi también, los obispos y mucho más el Papa deben ser perfectos, deben practicar la perfección cristiana, conforme lo exige la gran dignidad que tienen, los sumos poderes que han recibido y el bien espiritual de las almas a ellos confiadas. Pero, una cosa es lo que “debe” ser y otra lo que es en realidad. Hay obispos santos, muy santos, asi como hay obispos pecadores, muy pecadores. Ni el Papa, cuya prerrogativa de su infalibilidad didáctica, para preservar la “inerrancia” de la Iglesia, nosotros confesamos como dogma de nuestra fe católica (supuestas las cuatro condiciones que establece y declara el Concilio Ecuménico Vaticano I), es personalmente ni impecable, ni infalible. En la catedra de San Pedro se han sentado grandes santos, pero también insignes pecadores. 

De lo dicho se sigue, me parece, que la “SILLA DE PEDRO” pueda estar, en un tiempo, más o menos largo, “vacante” o “impedida” o por la muerte del Papa o porque el Papa que ocupa esa “SILLA” falla gravemente al cumplimiento de sus deberes primordiales, o porque, aunque venerado por una porción del pueblo cristiano, como legítimo sucesor de Pedro, es un infiltrado, un anti-papa, un lobo revestido de piel de oveja. Anacteto II, anti-papa, perteneció a la familia de los Pierleoni, oriunda de judíos enriquecidos. Educose en Paris, fue monje de Cluny, cardenal y delegado del Papa en Francia. A la muerte de Honorio II, apoyado por los romanos milaneses y por Rogerio de Sicilia, fue elevado al Pontificado (1130) CONTRA Inocencio II. Al fin fue excomulgado en 1138.   

Al afirmar estas humanas posibilidades confirmadas  desgraciadamente por la Historia de la Iglesia; no estamos, en manera alguna, ni atacando, ni negando la institución de Cristo. Como dice Belloc, nada prueba tanto la divinidad de la Iglesia, su inerrancia, su indestructible duración, garantizada por las promesas de Cristo, como las miserias humanas, los errores gravisimos de aquéllos que, por su autoridad, deberían ser la garantía y la defensa de la verdad y de la santidad de la Iglesa de Dios, a ellos confiada. Si la Iglesia fuese obra humana, ya los hombres hubiesen acabado. 

La Iglesia nunca está, ni puede estar “acéfala”, como con “refinada malicia” me atribuyó haber dicho el “terrible” canciller de la Mitra Metropolitana de la Arquidiócesis de México, el tristemente, célebra Luis Reynoso Cervantes. Para probarlo, basta citar aquí algunas palabras de la Encíclica MYSTIC CORPORIS CHRISTI de S. Santidad Pío XII:  

Se prueba que este Cuerpo místico, que es la Iglesia, leva el nombre de Cristo: por el hecho de que El ha de ser considerado coro su Cabeza – El dice San Pablo (Col. I, 18) – es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. El es la Cabeza, partiendo de la cual todo el Cuerpo, dispuesto con debido orden, crece y se aumenta, para su propia edificación (Efes. 1V, 16: Col, II, 19) 

“Bien conocéis, Venerables Hermanos, con cuán convincentes argumentos han tratado de este asunto los Maestros de la Teología Escolástica, y principalmente el Angelico y común Doctor, y sabéis perfectamente que los argumentos por él aducidos responden fielmente a las razones alegadas por tos Santos Padres, los cuales, por lo demás, no hicieron otra cosa que referir y con sus comentarios explicar la doctrina de la Sagrada Escritura”  


La Iglesia, pues, no puede NUNCA estar “acéfala” porque su verdadera Cabeza, Cristo, aunque falte el Papa o falten los obispos, nunca la abandonará, cumpliendo así su divina promesa: “YO ESTARE CON VOSOTROS TODOS LOS DIAS HASTA LA CONSUMACION DE LOS SIGLOS”. Puede faltar el Vicario, el lugarteniente, la cabezá visible de la Iglesia, pero la Iglesia nunca puede quedar “acéfola”.

Dice Pio XII:

“Ni se ha de creer que su gobierno se ejerce solamente de un modo visible y extraordinario, siendo así que tambien de una manera patente y ordinaria gobierna el Divino Redentor, por su Vicario en la tierra, a su Cuerpo místico... Ni para debilitar esta afirmación puede alegarse que, a causa del Primado de jurisdicción establecido en la Iglesia, este Cuerpo Místico tiene dos cabezas. Porque Pedro, en fuerza del Primado, no es sino el Vicario de Cristo, por cuanto no existe sino una Cabeza primaria de este Cuerpo, es decir, Cristo: el cual, sin dejar de regir secretamente por sí mismo a la Iglesia... la gobíerna, además, visiblemente por aquél, que en la tierra representa su persona... 

“Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que puedan abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra, Porque, al quitar esta cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo. 

“Y lo que en este lugar Nos hemos dicho de la Iglesia Universal, debe afirmarse también de las particulares comunidades cristianas, tanto orientales como latinas, de las que se compone la unica Iglesia catolica por cuanto ellas son gobernadas por Jesucristo con la palabra y la potestad del obispo, de cada una. Por lo cual los Obispos no solamente han de ser considerados como los principales miembros de la lglesia Universal, como quienes están ligados por un vinculo especialisimo con la Cabeza divina de todo el Cuerpo. .. sino que, por lo que a su propia diócesis se refiere, apacientan y rigen como verdaderos Pastores, en nombre de Cristo, la grey que a cada uno ha sido confiada, pero, haciendo esto, no son completamente independientes, sino que están puestos bajo la autoridad del Romano Pontifice, aunque gozan de jurisdicción ordinaria, que el mismo Sumo Pontífice directamente les ha comunicado... 


Resumiendo la doctrina de Pio XII, debemos confesar que la Cabeza de la Iglesia es Cristo; que el Papa es el Vicario, el representante visible de esta Cabeza, en la Iglesia Universal, asi como los obispos lo son en sus diócesis, aunque dependientes y subordinados al Papa; que el Cuerpo místico de Cristo no tiene dos o más cabezas, porque “Pedro, en fuerza del Primado, no es sino el Vicario de Cristo, por cuanto no existe más que una Cabeza primaria de este Cuerpo, es decir, Cristo”. Cristo y su Vicario constituyen una sola Cabeza como lo enseñó solemnemente Bonifacio VIII. Y, lo que se dice de los sucesores de Pedro, se debe decir, salva siempre su dependencia del Primado, de todos los obispos, en sus diócesis.  

Siendo Cristo la verdadera Cabeza de la Iglesia y el Papa, su Vicario, su representante visible; así como los abispos en sus respectivas diócesis, síguese que, cuando los obispos o el Pápa se apartan, en su doctrina o en sus disposiciones, de la volugtad santísima de Cristo, dejan dé ser sus representantes, sus lugartenientes; dejan de ser cabeza visible de la Iglesia. El Vicario, el representante, el lugarteniente, en tanto será tal, en cuanto se identifique con las enseñanzas y los preceptos del Maestro. 

Y añade más adelante el Sumo Pontífice:  

“Por lo cual nos sentimos grandísima pena cuando llega a nuestros oídos que no pocos de Nuestros Hermanos en el Episcopado, sólo porque son verdaderos modelos del rebaño, y por defender fiel y energicamente, según su deber, el sagrado deposito de la fe que les fue encomendado; sólo por mantener celosamente las leyes santisimas, esculpidas en los ánimos de los hombres, y por defender, siguiendo el ejemplo del divino Pastor, la grey a ellos confiada, de los lobos rapaces, no sólo tienen que sufrir las persecuciones y vejaciones dirigidas contra ellos mismos, sino también – lo que para ellos suele ser más doloroso – las levantadas contra las ovejas puestas bajo su Cuidado, contra sus colaboradores en el apostolado, y aun contra las virgenes consagradas a Dios. Nos consideramos tales injurias como inferidas, a nos mismo y repetimos las sublimes palabras de nuestro predecesor, de f. m., San Gregorio Magno: “Nuestro honor es el honor de la Iglesia universal; Nuestro honor es la firme fortaleza de nuestros hermanos; y entonces nos sentimos honrados de veras, cuando a cada uno de ellos no se le niega el honor que le es debido”.  


¡Con cuánta más razón se dolería, en estos trágicos momentos, el Papa Pio XI, al ver a sus Hermanos en el Episcopado, descuidar lastimosa y peligrosamente el “Depósito sagrado de la Fe”, a ellos confiada; tolerando y solapando la difusión de las herejías más monstruosas, no solo entre los fieles, sino SEDE VACANTE entre sus sacerdotes y sus seminarios! ¡Cómo reprobaría el silencio incomprensible e inexplicable, ante el derrumbe de la moral católica, ante la negación no sólo práctica sino teórica, de la ley natural, reflejo eterno de la ley misma de Dios, de los “pastores”, a cuyo cuidado Dios confió la eterna salvación de las ovejas!

Ahora no se persigue a los lobos carniceros; ahora, sacerdotes, obispos y cardenales atacan los mismos dogmas, que la teología secular de la Iglesia había enseñado como la Verdad Revelada. Ahora se lanzan las censuras más graves de la Iglesia, para aquéllos, que tienen la audacia de defender lo que aprendieron en las aulas eclesiásticas de mayor prestigio, de sacerdotes eminentes por su ciencia teológica.  

En el número tercero de la nueva revista “PUNTO CRITICO”, hay un artículo, sin nombre de su autor, referente a la Iglesia mexicana, en el que pretende juzgar, con criterio evidentemente sectario, la lucha indudable que existe aquí en México; comó existe en todos los países del mundo, entre los dos opuestos sectores, en que prácticamente está ya dividida la Iglesia de Cristo. “Con respecto al primer grupo, dice el in- cógnito escritor, destaca – por lo menos en orden cronológico – la muy sonada noticia de la excomunión del Padre Joaquín Sáenz Arriaga, impuesta por el cardenal Darío Miranda, según los cánones de la “Ferendae sententiae”. La excomunión al P. Arriaga se debió a que es autor del libro “LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA” el cual discrepa considerabiemente de la ortodoxia catolica”. ¿Podría alguien demostrar concretamente mis discrepancias a la ortodoxia católica?  

“Con respecto a esta excomunión es bueno hacer notar qué desato la santa furia de los sectores más reaccionarios del clero, ya que el P. Arriaga es uno de sus adalides. Cuando viajó a Roma (11 de enero) para protestar contra la excomunión de que fue objeto, el P. Arriaga fue recibido por los mencionados sectores reaccionarios cual si se tratara de un márur de la cristiandad (en este caso, nada más incomprendida), los cuales organizaron una ‘marcha de la penitencia’, clamaron por la “iterpretación exacta de las Sagradas Escrituras” y en fin, se rasgaton las vestiduras con fervor inaudito en este nuestro siglo tan descreido” 

“¿Qué había tras de tanto fervor cristiano, tanto celo demostrado? Sencillamente un anticomunismo delirante, como lo demuestran las octavillas distribuidas a los viandantes, en las que, aparte de lanzar ‘vivas’ al P. Arriaga y ‘mueras’ al cardenal mexicano, afirmaban que la autoridad eclesiástica de México se dedica a excomulgar a buenos cristianos, en tanto propicia las actitudes negativas, ‘deshonor de toda la Iglesia’ de los curas progresistas”. 

¡Así se escribe la Historia! Señor escritor de “PUNTO CRITICO”. A reserva de hablar más adelante de la “supuesta excomunión”, que no fue promulgada, según dijo uno de los peritos de la teología, de la prensa, y de la televisión, el Dr. Don Antonio Brambila, por su Eminencia, sino en la que yo incurrí por un decreto de una Congregación Romana, que ya no existe, la Sagrada Congregación del Concilio, y que ahora se dlama “Congregación del Clero” – decreto-disciplinar que fue lanzado contra el movimiento “PAX”–, que, en, Polonia y en los otros países detrás de la Cortina de Hierro, estaba engañando y enralando a numerosos sacerdotes, haré ahora alguna pertinente observación. 

No sé que entenderá el escritor por los cánones “Ferendae Sententiae”, en los que, según él fundó Su Eminencia la excomunión, que, según Brambila, el no fulminó, sino en la que yo voluntariamente quise incurrir. Pero, me gustaría – ya que se hace eco de las espeluznantes acusacigpes que el hasta ahora desconocido teólogo y su “vocero oficial” Martín Rivero me hace de discrepar considerablemente de la ortodoxia católica, o como diría Beynoso, incurro en la herejía – conocer con precisión cuáles son esas mis herejías o errores considerables contra la fe. 

Yo no fui a Roma aprotestar contra la excomunión; yo no vi, en esta ocasión, “ninguna marcha a Roma”.  Las peregrinaciones de penitencia y oración que se han tenido, el año pasado y el antepasado, en Pentecostés, fueron para pedir a Dios porque termine esta espantosa Crisis de la Iglesia, que Paulo VI llamó una “autodemolición”. Para ser exactos, señor escritor, los puntos principales, por los que hemos pedido y seguiremos pidiendo, son éstos: 

  1.  Por el restablecimiento de la Misa de San Pío V, la Misa de siempre, la que se remonta hasta los tiempos apostólicos, en sus partes principales.

  2. Porque los catecismos católicos, libres de resistencias, de inexactitudes y de verdaderos errores que, por desgracia, circulan en varios países, vuelvan a enseñar al pueblo y, especialmente a los ni- ños y jóvenes, la doctrina tradicional, apostólica, que siempre se ha enseñado en la Iglesia Católica;

  3. Que no se de a las Sagradas Escrituras el sentido ecuménico, ecléctico, que hoy, apoyándose en la exégesis protestante o de los rabinos judíos, se les quiere dar, sino el único sentido, que semper et ubique tenuit Ecclesia que ha enseñado siempre el Magisterio de la Iglesia.  

Anticomunismo, sí, – aunque ahora el “diálogo” haya llevado a nuestros pastores a buscar en el socialismo”, en el “comunismo”, en el “cambio audaz y rápido de todas las estructuras”, a la revolución total, sin violencia o con violencia. En medio de tantas mentiras e inexactitudes, hay alguna verdad: el cardenal Miranda, que dio su “imprimatur” al libro de José Porfirio Miranda y de la Parra (por más que otros quieran defenderlo, echándose sobre sí las únicas responsabilidades; por más que el P. Arrupe y su Curia Generalicia – según dicen – encuentren dicho libro totalmente ortodoxo, el cardenal, que hasta ahora no ha reprobado ese libro blasfemo, ni se ha dado por enterado, a pesar de mi libro “APOSTATA” de la principal responsabilidad que sobre él recae por el “imprimatur”, por la “nota adjunta” y por su culpable silencio, después de los directos ataques que se le hicieron por ese “imprimatur” a ese libro blasfemo, parece haber caído en la “excomunión”, que el decreto doctrinal del Santo Oficio dio el 29 de junio de 1949 contra los que de algún modo favorecen el comunismo. Ese decreto, como doctrinal, no sufre excepciones ni puede ser revocado por ninguna autoridad humana. 

Eminencia, conviene tener presente que una, negación de un hecho consumado y mucho menos un silencio inexplicable, prolongado y culpable, no pueden borrar la responsabilidad tangible del hecho, que consta en la primera página del mentado libro “MARX Y LA BIBLIA”; responsabilidad gravísima del autor, de los censores Luis G. del Valle, S. J. – hijo del cristiano y honorable caballero Bernabé del Valle – Jorge Man- zano, S. J. – antiguo amigo y discipulo mío –, del exprovincial de los jesuitas Enrique Gutiérrez Martin del Campo, S.J – sobrino del ya difunto arzobispo de Morelia –, y, sobre todos y ante todos, de su Eminencia Reverendisima, Arzobispo Primado de Mexico y Cardenal de la Santa Madre iglesia, que fue quien dio el “imprimatur”, como consta en el libro, y del cual no se ha retractado – que nosotros sepamos. 

Porque aunque es verdad que la prensa nos habló de una pueril “explicación” del P. Provincial y del P. Guinea, S.J – el director de la en otros tiempos “BUENA” y actualmente “MALA PRENSA”, nada hemos leído ni sabido, que Su Eminencia Reverendisima haya escrito o haya dicho, que signifique no digo ya una retractación, pero ni siquiera una condenación de libro tan impio, tan blasfemo y tan nocivo para la fe del pueblo y para la estabilidad de nuestra Madre la Santa Iglesia. 

¿Ha desmentido Su Eminencia el hecho innegable de ese “imprimatur”, que aparece en el libro “MARX Y LA BIBLIA”, con la nota marginal del sentido y alcance del mismo? ¿Basta acaso hacer decir al provincial y a sus complices que S.E. no leyó el libro; que fue una rutina y un abuso inculpable lo que originó el que tan venerables Padres se hubieran tomado la libertad, sin leer ellos tampoco dicho libro, de dar por aprobado su contenido para suponer y dar por hecho el “imprimi potest” del P. Gutiérrez Martín del Campo y el definitivo “imprimatur” del Cardenal Arzobispo Primado de la Arquidiócesis de México? Eminencia, esas excusas pueden, tal vez, engañar al pueblo ignorante, pero no a gente preparada y, menos todavía, a los que los santos y sabios jesuitas de otros tiempos enseñaron las ciencias eclesiásticas. Un P. Pérez del Valle – que es Pérez a secas, nacido en el Valle de Santiago, Estado de Guanajuato, y que no hizo la carrera larga de la Compañía, sino que pasó como gato entre brazas por los estudios incompletos de los Coadjutores Espirituales – puede probablemente, con gritos y manoteos, impresionar a sus neófitos congregantes, para aseguararles que el libro de Miranda y de la Parra es ciento por ciento ortodoxo, la quinta esencia del Evangelio, porque fue escrito – y eso basta y sobra – por un jesuita de la “nueva ola”, sobre quienes no hay “PLUS ULTRA”. 

¿Ha desmentido S. E., de una manera personal y pública, el hecho patente del vergonzoso “imprimatur”, que aparece en la primer página del “MARX Y LA BILBIA”? ¿Ha dicho Usted una sola palabra para hacer recaer toda la responsabilidad sobre los verdaderos y “únicos” culpables, los jesuitas de la “nueva ola”, que, abusando en materia tan grave, de la  inagotable generosidad y benevolencia de Vuestra Eminencia Reverendisima, se han atrevido a usar el nombre y firma del Primado de México – Cardenal de la Iglesia – para dar la luz verde a ese libro satánico y perverso? 

Mientras no venga la publica retractación de Su Eminencia Reverendisima – que todo el pueblo de México con razón exige – de ese increible “imprimatur”; mientras el Primado de México no condene, con excomunión o sin excomunión, ese infernal escrito del exhecho alianzas con el comunismo ateo y enemigo de Dios, o han faltado nencia con las riendas de mando, en la diócesis más grande del mundo, nosotros seguiremos haciendo a Su Eminencia el mayor responsable de ese apóstata libro; y, por lo tanto, seguiremos creyendo – apoyándonos en el decreto de excomunión de Pio XII – que es un decreto doctrinal, promulgado por el Santo oficio, que no ha sido ni puede ser revocado, ya que se funda en la intrínseca oposición entre el Catolicismo y el comunismo, que Su Eminencia Reverendísima Don Miguel Dario Miranda y Gómez, Arzobispo Primado de México, no sólo ha perdido sus títulos, sus prebendas y su “jurisdiccion” en la Arquidiócesis, sino que ha incurido en la excomunión”, ipso facto incurrenda, a los que favorecen, profesan o defienden el “comunismo ateo, destructor y enemigo de Dios y del hombre. También los Cardenales; también el mismo Papa puede incurrir en excomunión”, es decir, pueden quedar fuera de la Iglesia, cuando a ciencia y conciencia, han perdido la fe, han hecho aliznas con el ateo y enemigo de Dios, o han faltado notoria y persistentemente a sus obligaciones más sagradas.  

De lo dicho se sigue que la “SILLA DE PEDRO” puede estar temporalmente “vacante” o “impedida”, en un tiempo más o menos largo, o por la muerte del Papa, o por la herejía, apostasía del Papa, o porque el Pontífice, que reina en la Iglesia,  falla notoria y persistentemente a sus deberes fundamentales. Al afirmar estas humanas posibilidades, no estamos, en manera alguna, ni atacando, ni negando la obra e institución divina. Recordemos que la piedra angular e inconmovible es Cristo y que el sucesor de Pedro es tan sólo el Vicario, el representante, el lugarteniente de Cristo; y que, como hombre, puede fallar en la fe y en las costumbres. 

La Iglesia, Eminencia; la Iglesia, Luis, Beynoso Cervantes, nunca está, ni puede estar “acéfala” como con “manifiesta malicia” me atribuye decir el canciller furibundo de la Mitra. Aunque falte el Papa, aunque, por un imposible, faltasen todos los obispos, la Iglesia no quedaría sin Cabeza, porque nunca la ha abandonado, ni la abandona, ni la abandonará Cristo, que es su Divina Cabeza y cumple perennemente sus infalibles promesas: “YO ESTARE CON VOSOTROS TODOS LOS DIAS; HASTA LA CONSUMACIÓN DE LOS SIGLOS”. Falta el Vicario, falta el lugarteniente, falta el administrador; pero no falta la Cabeza. 

Si por un imposible, el Papa y los obispos en su mayoría se apartásen de la verdadera doctrina de Cristo; si se opusiesen a la tradición apostólica, de un modo palpable y manifiesto, ¿podríamos decir que siguen siendo los visibles representantes de Jesucristo y que nosotros estamos obligados a obedecerles, contra los dictámenes de nuestra conciencia, contra las no interrumpidas enseñanzas del Magisterio autentico e infalible, contra la misma doctrina revelada, que ha llegado a nosotros por la Tradición y la Escritura y por el mismo Magisterio de la Iglesia?

Vale la pena citar aqui el pasaje elocuente de la Epístola de San Pablo a los Gálatas (II, 11), en el que San Pablo, con libertad de espíritu y anteponiendo a Dios sobre los criterios o conveniencias humanas, reprende a San Pedro, primer Papa,  por sus condescendencias con los judaizantes. En ese pasaje aparece claramente la dependencia que el sumo ejercicio de la autoridad humana ha de tener respecto a la autoridad su- prema e infinita de Dios. He aquí las palabras del Apóstol:  

“Mas, cuando Cefas (Pedro) vino a Antioquía le resistí cara a cara, POR SER DIGNO DE REPRENSION. Pues él antes que viniesen ciertos hombres de parte de Santiago, comía con los gentiles, mas, cuando llegaron aquéllos, SE RETRACTABA Y SE APARTABA, POR TEMOR A LOS QUE ERAN DE LA CIRCUNCISION. Y los otros judios incurrieron con él en la misma hipocresia, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por la simulación de ellos. Mas, cuando yo vi que no andaban rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas (Pedro) en presencia de todos: “Si tú, siendo judio, vives como los gentiles, y no como los judíos, como obligas a los gentiles, a judaizar? Nosotros somos judios de nacimiento, y no pecadores procedentes de la gentilidad; mas, sabiendo que el hombre es justificado, no por obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros mismos hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados, por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley; puesto que por las abras de la Ley no será justificado mortal alguno...”  


Nadie puede condenar la actitud y los enérgicos conceptos, con que el Apóstol de las gentes reprocha la debilidad, las condescendencias, el disimulo del Jefe visible de la Iglesia, por complacer a los judaizantes y evitar asi los compromisos, que una actitud franca y honesta respecto a la gentilidad convertida pudiera ocasionarle de parte de aquellos falsos hermanos que cristianos en aparencia, seguían adheridos a la Ley mosaica. 

Esta es la situación actual, en el mejor de los casos. El Papa Montini ha tolerado, disimulado, aparentado condescender con las exigencias absurdas, anticatólicas y, en muchos casos, abiertamente heréticas, de los dirigentes del “progresismo”, ya sean cardenales, obispos, clérigos o simples laicos. ¿Qué hubiera dicho y hecho San Pablo, ante esa caotica situación, ante esa “autodemolición” de la Iglesia, ante esas condescendencias por complacer en “ecuménico” diálogo, a los “separados”, cuya ambición es reducir nuestra Iglesia a una vergonzosa secta, a una rama seca, desgajada del tronco de la Cruz de Cristo? ¿Qué hubiera opinado el Apóstol de los Gentiles ante el silencio inexplicable de la mayoría de los obispos, que más se preocupan por ajustar la Iglesia al mundo, que en predicar “oportune et importune” la doctrina austera que implica la Cruz de Cristo?

 ¿Aprobaría San Pablo el viaje político del actual Pontífice a la ONU, organización dominada por la jadeo-masonería? ¿Qué juicio merecería para el Apóstol el discurso de Paulo VI, en ese parlamento internacional, en donde se silenció o disimuló la doctrina inmutable del Evangelio eterno, para condenar el “colonialismo” y sembrar la intranquilidad entre los pueblos pobres, con la exigencia irrealizable de una igualdad imposible? ¿Cual sería la reacción de San Pablo ante el viaje a Ginebra, ante el discurso “ecumémico” en el Consejo Mundial de las Iglesias, en el que la verdadera y única Iglesia de Jesucristo, quedó asimilada y absorbida por ese eclectico conglomerado de sectas, cuyo denominador común, si alguno tienen, es la negación de la verdad inmutable y permanente? 

San Pablo reprendió en Pedro la simulación, la hipocresia, el disimulo, para acomodarse, siquiera fuera en las apariencias, a las exigencias de los judaizantes. Pablo fustigaría ahora, la claudicación, la tolerancia, la desviación manifiesta de la doctrina recibida, que pretende cambiar el Reino de Dios y su Justicia, por la utópica “justicia de los hombres”, que hoy llamamos “justicia social”. 

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